Todas las literaturas y todas las poesías tienen un parámetro, un encuadramiento, algo que las caracteriza. Y eso que las caracteriza, para decirlo en palabras de Octavio Paz: “Es el espíritu de la época”.
En este sentido, el espíritu actual de nuestra época está regido por la interdependencia económica, la expansión de las fuerzas del mercado, la liberalización de capitales y tecnología, y todo aquello que se asocia con la globalización. Por lo cual es un hecho que la poesía se encuentra impactada por los movimientos de la globalización económica y mundialización cultural y por los cambios de paradigmas que se operan en nuestra época moderna.
A este respecto, lo importante no es interrogarnos sobre qué es la poesía, es decir su esencialidad, sino el responder qué está pasando en su universo estético en un mundo globalizado. En este sentido, considero que la poesía vive una contradictoria tragedia, puesto que si bien todavía hace escuchar su grandeza como interrogadora, imaginativa y fundadora de realidades; por otra se encuentra supeditada a las circunstancias actuales regidas por las leyes de la oferta y la demanda, viviendo un drama entre subversión y conciliación, fluctuando entre su condición de fiera crítica y seducida por el mundo del mercado.
La tragedia sucede al incluir la globalización una vertiente corporativa que aspira a homogenizar a través del consumo y patrones culturales, por lo que uno de los riesgos para la poesía es que exista una mayor manifestación de las leyes del mercado que las visiones poéticas, o sea que la poesía entre a ser parte del juego transnacional que ofrece sin importar su calidad, una gran variedad de lo mismo, en donde lo importante es que se consuma y elija entre la multitud de productos del hipermercado cultural.
Es decir que la poesía puede tener la tendencia de convertirse a una poesía light, a un experimentalismo ligero, en donde lo eficaz sea la inmediatez del instante útil, y la relajación de la calidad impere y se imponga como norma la masificación para entrar al juego de la oferta y la demanda. En este sentido, no se le puede exigir al poeta ser creador de mensajes ligeros, y favorecer la ley del mercado que propone dar a cada uno según sus preferencias, porque su obra no se elabora con la mentalidad de administrador de negocios para ser útil, ni tampoco para obtener resultados concretos que lleven al éxito. El poeta busca interrogantes, se asombra e inquieta, no es del todo práctico, porque se niega a instrumentalizar la vida del hombre.
Pese a que la globalización puede seducir, manipular y rebajar la poesía a un simple acompañamiento trivial, considero que ésta no baja del todo los brazos ni se convierte en víctima de la atmósfera de relajación que conlleva la globalización, en parte porque le salva su profundo amor por la indagación y el cambio.
La actitud correcta para aceptar la poesía en un mundo globalizado está en tratar de no tomar el pasado con ojos de llanto nostálgico, pensar con sentido más creativo que fóbico. Analizar que si bien es cierto que se ha dado una evaporación del poeta héroe vanguardista, que sobrellevó los conceptos de cambio, una ideología de ruptura y heroísmo histórico, nos encontramos con una poesía posmoderna con nuevas categorías estéticas, un híbrido, multifacética, polifónica, en donde se construye un “no estilo” que permite múltiple posibles expresiones.
En este sentido, la globalización nos permite utilizar los recursos mediáticos para la difusión de la poesía, por lo que la poesía posmoderna considero que forma parte de toda una gama de cultura audiovisual que integra a la fotografía, el cine, las ilustraciones informáticas, páginas web, revistas digitales, hipertextos, etcétera, y logra la creación de unas poéticas que no habríamos nunca siquiera sospechado. Tal es el caso de lo que se conoce como poesía experimental; cuyas principales manifestaciones son la poesía sonora (el sonido es el elemento acústico que determina su valor estético y formal), la poesía performática (la poesía se conjuga junto a las acciones más primigenias y rituales del cuerpo y los sentidos), y la videopoesía (se integran las tele-tecnologías en la creación de poemas) entre otros.
En conclusión, considero que no hay que tener miedo a la globalización, puesto que la poesía es sabia y puede defenderse a sí misma. Como dicen por allí, el alma del poeta comprometido traspasa la comercialización. Su capacidad profética la pondrá por sobre el metal y lo material para trascender espacios y tiempos, en la búsqueda permanente de la belleza y la verdad.
Asimismo, hay que utilizar los beneficios de la virtualización en la actividad del poeta, participando en diálogos, simposios digitales, gestar excelentes revistas de calidad en todos los formatos posibles, promover encuentros globales, utilizar la velocidad de las redes para la reflexión, las denuncias y las propuestas.
Sólo así desde y sobre la virtualidad telemática la poesía podrá esclarecer su razón y continuar rebelándose a las condiciones impuestas por la globalización.
jueves, 26 de julio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario