"Sexto presagio funesto:
Muchas veces se oía, una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba dando grandes gritos:
-¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!
Y a veces decía:
-¡Hijitos míos!, ¿a dónde os llevaré?".
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista
Canes lastimeros anuncian
con el melancólico sonido del hocico,
el espectro ondulante de la fertilidad
rota, la plañidera presencia
que se desangra frente a los
anónimos hijos de la noche.
Pordiosera figura en antaño diosa,
frustrada madre que bajo la ennegrecida
sangre de sierpes con alas de cicuta,
deja caer la oxidiana
en el corazón de Tenochtitlán.
Errante hoy, su vasto purgatorio
América es, sus desgranadas carnes
como cenizas caen en las calles
de León, los transeúntes desamparados
del tiempo su compañía encuentran,
bajo la turbia imagen pluvial en la retina,
y antes de conocer el filicidio grito
que lleva su nombre,
descubren el barro agrietado
que en sus pechos buscan las
hambrientas bocas impúberes
de su pecado.
Un grito,
resonante hiedra intestina que surge
de la boca, trepador dolor aferrado al pecho
creciendo incisivo y lacerando
bajo cielos de fuegos y sangre,
la llave del lenguaje.
Ese victimario vientre que como puño
la culpa afloja, cayendo en cada dolor
molar cordones confundidos por cadenas.
Un grito,
una encorvada voz caída al suelo
fruto del escupitajo que la humillación
arroja, una involutiva plegaria,
cascarón que rompe la garganta
ante la hecatombe bacteriana
que incubo sus huevos en los
yacidos hijos del Nuevo Mundo.
Un grito,
un despertar abrupto en El Calvario,
alucinaciones con paseriformes cascos de verdugos,
cerradas púas como barbas,
Ibéricos Centauros mutilando la
epidermis del momento,
y el fétido olor de la demencia
intruso conquista las fosas nasales del testigo,
idéntico un ardiente y negruzco gemido
aviva las eternas llamas del limbo.
Un silencio,
azuladas bocanadas niebla crean
en la noche y el esclavo con sangre
de bárbaro deja que la quejumbrosa
presencia con pies de carey,
arrastre su imagen ante la retina imperceptible,
cargando entre sus edredones,
entre sus llantos,
más de quinientos cráneos,
el óseo sonido del tiempo
que acompaña su pena.
jueves, 26 de julio de 2007
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